Por: Mariana Delgado
Comenzaré visitando un lugar común para la antropología: es bien sabido que las fiestas tradicionales cumplen una serie de funciones sociales y tienen efectos significativos en las comunidades. Pero más allá de esta abstracción, el poder de las celebraciones populares es tan real como una montaña: hablamos del poder de convocar; de multiplicar afectos y reafirmar los vínculos entre grupos e individuos; de limitar los conflictos y extender la diplomacia entre los barrios; y de sostener la memoria de la comunidad a través de estas interacciones. En este sentido, son un ejercicio literalmente vibrante de actualización de las relaciones en la comunidad. Se entienden -como sostiene Francisco Cruces en su texto “De los ciclos insulares a la celebración diseminada”, con el que converso libremente en estas páginas- como un espacio en el que los presentes entran en diálogo con la tradición y se convierten en portadores y mediadores del patrimonio cultural.
Manifestándose en estéticas radicalmente contemporáneas, la cultura sonidera está profundamente vinculada con la fiesta tradicional; surge, de hecho, para atenderla en un contexto urbano y posmoderno. De especial relevancia en el calendario sonidero son los carnavales, las fiestas dedicadas a las vírgenes y los santos patrones de barrios, pueblos y colonias de la Ciudad de México, los aniversarios de los mercados grandes y pequeños y -desde luego, como un clímax- la peregrinación anual a la Basílica de Guadalupe, que los sonideros y las sonideras de todo el país celebran recorriendo la Calzada de los Misterios con estandartes, playeras, chamarras y maquetas que emplazan a la Virgen entre equipos de sonido. Ese día, la misa en la Basílica inicia con una cumbia. Son palpables en todos estos eventos los vínculos con los ciclos agrícolas y litúrgicos y los elementos cosmológicos; son parte indudable de una economía simbólica y de los ritos de intensificación, interacción e intercambio. La aceleración que producen está profundamente enraizada en la tradición al mismo tiempo que sale disparada hacia el futuro.

Así como en la fiesta tradicional, el baile sonidero que se realiza a media calle o en una plaza pública está atravesado por el comercio, la producción, el consumo, la actualización de las redes sociales, la afirmación de la autoridad y de las identidades. En el centro de este acontecimiento están las exhibiciones de performances comunicantes, tanto en la cabina de sonido como en la pista; los saludos van y vienen entre uno y otro, de Chimalwakee a Nezayork. Desde luego, el internet transmite todo en vivo. Tanto la música de un continente que retumba como la voz que atraviesa el micrófono son lenguajes festivos, plásticos, que congregan y coordinan multitudes y despliegan repertorios tan complejos en sus hibridaciones como extraordinarios en sus circulaciones, desafiando deliberadamente toda dicotomía tradicional y todo esencialismo cultural.
De todas las funciones, la del gozo es sin duda la más poderosa: el acontecimiento verdadero es estar vivo, sentirse 100% presente -como afirman una y otra vez los saludos sonideros- en medio de una multitud conformada por cuerpos que interactúan de maneras creativas, espontáneas. Es por medio de los cuerpos que el espacio público es apropiado para transformarse en un territorio abierto a la participación orgánica y a la expresión festiva desde las diferencias y las disidencias: se entreabre entonces la oportunidad de disfrutar de la individualidad que pertenece, en ese momento, a una colectividad gozosa, gustosa de estar ahí.
Bibliografía:
Cruces, Francisco: “De los ciclos insulares a la celebración diseminada”. Publicado originalmente en: Fiestas y Rituales. X Encuentro para la Promoción y Difusión del Patrimonio Inmaterial de Países Iberoamericanos, Corporación para la Promoción y Difusión de la Cultura, Colombia, 2009, págs. 110-124.
Delgado Mariana, Ramírez Marco y Radwanski, Livia (editores): Sonideros en las aceras, véngase la gozadera, Ediciones Tumbona, Fundación BBVA, México, 2012.
Semblanza:
Mariana Delgado (Bolivia, 1976) estudió antropología social en la UAM-I. Investiga, produce y gestiona proyectos de cultura y tecnología enfocados en comunidades desde el 2000. Ha trabajado con organizaciones como el Vive Latino, Ars Electronica, Transitio, Nesta, Bloomberg Philanthropies, entre otras. Fue Directora del Centro de Cultura Digital de 2019 a 2022 y coordinó sus proyectos especiales de 2016 a 2018. En 2008 co-fundó El Proyecto Sonidero, una plataforma transnacional de acción cultural que nace con el fin de reconocer la potencia del movimiento sonidero y en 2023 colaboró con la Secretaría de Cultura de CDMX en la Declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Cultura Sonidera. Actualmente es parte de la colectiva Musas Sonideras.